Quienes firmamos la  presente nos hacemos cargo de la obligación de pronunciarnos en relación con los  luctuosos sucesos acaecidos en San Carlos de Bariloche. 
Han sido asesinados  tres jóvenes. Tan sólo decir esto basta para sentir dolor y espanto. Han sido  asesinados Diego Bonefoi de 15 años, Sergio Cárdenas de 29, y Nicolás Carrasco  de 16. Y en estos crímenes está implicada la policía de la provincia; equivale a  decir que está implicado el Poder Ejecutivo, el Estado rionegrino. Son hechos  inéditos por su gravedad, y por lo que significan como indicio de degradación  institucional. 
Tan sólo estos  acontecimientos bastarían para justificar nuestra enérgica condena. Pero a lo  aleve de estas ejecuciones, se suma la procacidad de los dichos y las acciones  de quienes debieran representarnos. 
El asesinato no  tiene justificación. Menos aún, cuando el Estado se involucra en él. Hubiéramos  querido pues, una actitud de decencia. Hubiéramos querido que los responsables  de estas muertes por acción u omisión se llamaran a silencio, pidieran perdón a  su pueblo, hicieran saber su disposición a presentarse ante los jueces y a  modificar sus políticas. Pero no es así. Un funcionario se pronuncia, no ante  estas muertes, sino para lamentar un fallo judicial que obstaculiza su  reelección. Otro alude a los dudosos antecedentes de la víctima, con lo que  reedita la vieja y perversa justificación de los crímenes de Estado: algo estaba  haciendo. Algún jefe policial, como en los años de plomo, condena la respuesta  social a estos abusos, sosteniendo que esa respuesta es obra de agitadores  profesionales. Y para llevar lo trágico al borde de lo risible, algún otro jefe  sostiene que su subordinado disparó sin intención. 
Apostábamos a que  esto no sucediera jamás en Río Negro. Apostábamos también a que nunca tuviéramos  que escuchar los argumentos del terror de Estado para justificar crímenes. Pero  nuestros gobernantes nos han defraudado. 
Pedimos que el  discurso del poder político no condene a las víctimas. Pedimos que los  gobernantes no penalicen la protesta llamándola agitación; que no conviertan la  exclusión y la pobreza en delitos que justifican la mano dura. Que no les den  mano libre a los conciudadanos que el pueblo arma, porque sólo deben servir a la  ley. Que cuiden sus palabras y sus gestos, para que no nos sintamos un pueblo  menospreciado en su capacidad de entender y juzgar. Y para que no se avance en  el camino de la violencia. 
Tratando de ver,  más allá del dolor y la indignación, un camino para nuestra sociedad, exhortamos  a una profunda revisión de los malos hábitos del poder político oficial. Más que  desde una asamblea constituyente, esta revisión debe generarse desde todos  nuestros ámbitos de comunicación, pensamiento, expresión y relación solidaria.  Un Estado que incurre en estas prácticas debe ser motivo de alarma, de análisis  incansable, de acciones correctoras.
Si esto no se hace, las  muertes injustas carecerán aún más de sentido. Si esto no se encara, seguiremos  viviendo en una sociedad en la que, digan lo que digan las leyes, no existen  garantías para generar vida y verdad. 
Ramón Minieri    DNI  5.511.376
Raúl O. Artola    LE  5.259.349
